Pero aquellas hostias no eran nada comparado con lo que sufrían los chicos que venían de pueblos perdidos en las montañas situados en Gerona o Lérida, puesto que ellos a penas hablaban en castellano. Entonces el cura al que llamábamos el oso (por lo grande que era y por cómo olía a sudor rancio y seco), cuando oía a los chicos hacerse bromas entre ellos y hablar la lengua que llamaban del extrangero, entonces los ponía en fila india, sacaba una badana gruesa y dura como una correa de cinturón (que usaba para afilar su cuchilla de afeitar) la levantaba lentamente y la dejaba caer con fuerza sobre las nalgas del primero de los chavales. Y así hasta tres veces. El primer latigazo era como sentir un crujido que te recorria la columna vertebrar en un chasquillo que quemaba; el segundo golpe era como si nos metiesen un dedo en una herida abierta y apretasen; con el tercer golpe de badana quemaba y abrasaba como poner la mano en el fuego sin posibilidad de poder apartarla.
Los más duros de los chicos aguantaban las lágrimas hasta el segundo golpe, pero al tercero nadie aguantaba: todos nos derrumbábamos en el suelo cuando el cura golpeaba con más rabia y saña. Y así fueron pasando aquellos insufribles y malditos 15 días en un lugar al lado de la playa de Castellon. Hasta que me vinieron a buscar las encargadas de recogerme. Dos amigas mías y de mis padres de Sant Cugat, Merche y Rosa Angles, llegaron en su Citröen de dos caballos y al verlas aparecer por allí, el corazón se me salía del pecho. No perdí tiempo ni en recoger algunas de las cosas que llevaba en la bolsa de viajes cuando llegué, sólo quería irme y olvidar aquel lugar, aquel sitio de cantos a la madre patria, himnos, vivas y vitores, de rezos, de duchas frías y heladas por la mañana y de pasar hambre. Después de esto nunca más volví a campamentos de verano.
40 años después siguen habiendo personajes analfabetos emocionales que vuelven a resucitar el odio a la lengua catalana.
PEPE GARCÍA és membre de CCOO
Columna publicada el 12 de desembre de 2012
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