La enseñanza de españolizar


  • Comparteix:

pepe.garcia

Pepe Garcia


Publicat: el 22/oct/12
Opinió
Més Columnes de l'autor
PDF

En algún lugar de Barcelona, 1968...

Para los que llevábamos meses en aquel exilio de hospital infantil, los castigos físicos siempre estaban en cada rincón, escondidos, agazapados, esperando la equivocación de cualquiera de nosotros, chicos y chicas de apenas 11 años.

Algunos curas, los responsables de aquel lugar, se conformaban simplemente con dar el conocido golpe detrás de la nuca, un pescozón, colleja o un buen hostión en la cara por el simple hecho de pronunciar en catalán 'bona tarda' o 'bona nit'. Otros en cambio eran expertos en el arte de hacer sentir miedo, terror y dolor a la hora de imponer un castigo. Yo, en varias ocasiones, lo viví en propio cuerpo. El que mejor aplicaba aquel acto de horror era un cura joven de unos treinta y tantos años, con una mirada llena de odio y furia, sus cejas se juntaban y arqueaban al inicio de la tortura dándole un aspecto siniestro, y el olor del aliento, aquel olor que salía de su boca de halitosis putrefacta, te hacia estar parte del tiempo que duraba el castigo conteniendo la respiración, para no exhalar los vahos y escupitajos en forma de gotas de saliva que como una escopeta de perdigones lanzaba salpicándonos el rostro.

Te cogía con el dedo índice y pulgar por una de las orejas, la retorcía y lentamente comenzaba a levantarte, haciéndote poner los pies de puntillas cual bailarín de baile clásico, entonces, cuando ya no podías estirar más el cuerpo intentando evitar el dolor, te soltaba de golpe y nuevamente te volvía a agarrar pero esta vez de las dos orejas con las manos apretadas, moviéndote la cabeza hacia todos los lados mientras ésta, como un juguete roto, se bamboleaba sin poder controlarla. Te gritaba y zarandeaba diciéndote que estaba harto de tantos putos mierdas niños y que si te volvía a pillar jugando fuera del campo de juegos te ibas a enterar de quién era el padre Borja, que era como se llamaba aquel verdugo.

En algunas ocasiones los castigos los sufríamos en grupo. Si comenzaba conmigo, después continuaba con un amigo que apodábamos Lagartija, por lo escuálido y deshuesado que era, mientras éste le imploraba entre llantos que no lo volvería a hacer nunca más lo que fuese que hubiera hecho. A otro chico que apodábamos el Pecas, por su cara toda bañada en diminutas pequitas, y que usaba en sus dos piernas pesados aparatos de hierros y correas de cuero para caminar, al cogerlo por la oreja e intentarlo levantar como a nosotros de puntillas, sólo conseguía que perdiese el equilibrio y cayese a tierra, algo que a los curas no le gustaba y que a Pecas, a veces, le daba buen resultado con otros sotanas, pero no con aquél, que se agachaba y lo cogía igualmente de sus dos apéndices enrojecidos zamarreándolo como a una maraca. Si intentabas agarrarte a sus manos para amortiguar el daño, entonces era peor, porque te cogía por una de las muñecas fuertemente como una tenaza mientras te golpeaba el dorso de la mano que tenias inmovilizada hasta que el dolor, el terrible dolor que se calaba en las entrañas de los golpes recibidos en la mano, te hacia derrumbar aflojándose todo tu cuerpo tirado en el suelo.

Algunos chicos llegaban a mearse encima en aquellos monstruosos y sangrientos sádicos castigos, como cuando nos pillaron a los tres en la lacena de la cocina intentando apaciguar el hambre que pasábamos. Pecas no pudo soportar los golpes en forma de latigazos en fuego que recibía en sus manos y llorando y retorciéndose de dolor comenzó a mearse en los pantalones. Entonces el cura hizo un gesto como si se sacudiera las manos manchadas de algo mientras le decía.

- Anda, meón de mierda, vete y cámbiate, así aprenderás que con el padre Borja no se juega.

Mientras yo temblaba de pánico y Lagartija tenia como un ataque de nervios y pánico encogido en un rincón de la cocina.


Al cabo de algunas horas de aquello, cuando el cuerpo había descansado del calvario, a Pecas, todavía con la cara churretosa de las lágrimas que se le habían secado en la piel como cicatrices de recuerdos, le daba como un ataque de risa recordando lo sucedido.

- Va, a ese hijo de la gran puta lo que le pasa es que no folla ni se la sabe cascar, así que la paga con nosotros.

- Otras tío -le contestaba Lagartija-, haber si ahora cada vez que un capullo de estos nos da de ostias va a ser por culpa de no follar... ¡Coño, pues estamos apañados! Que se pongan en fila india y se den por el culo ellos mismos, a ver si así nos dejan en paz.

Y la risa de los tres nos unía cada vez más en el olvidado y desamparado mundo que estábamos cruzando, en la niñez de nuestro españolizado encierro hospitalario.


PEPE GARCÍA és membre de CCOO



  • Comparteix:

OPINA

Identifica't per comentar aquesta notícia.

Si encara no ets usuari de Cugat.cat, registra't per opinar.

Avís important

Tots els comentaris es publiquen amb nom i cognoms i no s'accepten ni àlies ni pseudònims

Cugat.cat no es fa responsable de l'opinió expressada pels lectors

No es permet cap comentari insultant, ofensiu o il·legal

Cugat.cat es reserva el dret de suprimir els comentaris que consideri poc apropiats, i cancel·lar el dret de publicació als usuaris que reiteradament violin les normes d'aquest web.