La tarde que me encontré a Mariano Rajoy


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Pepe Garcia


Publicat: el 24/jul/12
Opinió
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Me lo decía el otro dia un amigo de la infancia, antiguo regidor que durante algún tiempo anduvo metido en politica, y que ahora es militante de su vida y su familia. 'Este hombre no sirve, Pepe. Le he votado, pero mira las calles, estan a reventar'.

La tarde que me encontré a Mariano Rajoy, salía yo de una reunión de cuatro horas de escuchar sandeces y tonterías a un Director General de la Generalitat, en una Barcelona estival, calurosa y mundana. Había como una pequeña aglomeración de unas 20 personas paradas delante de un edificio nuevo a inaugurar. Altos cuerpos trajeados como robots inanimados rodeaban y protegian a un señor bajito, que resultó ser el carismático presidente Aznar.

José Maria Aznar, con el rostro moreno, bronceado de solarium, porque en Madrid no hay playa, de cuerpo y musculos definidos como el de un dios griego y eterno, bien peinado y engominado, con su bigotillo a lo galan de Hollywood de los 40, repartiendo sonrisas y carantoñas como quien reparte agua bendita y ostias consagradas. José Maria Aznar, presidente, paladín invicto, sempiterno abanderado del imperialismo castellano.

Y allí estaba él, a un paso detrás del lider. Con un caminar zancudo y patizambo. Iba en camisa de mangas cortas y pantalon gris triste, como si su cuerpo rechazase la ropa, la aburriese. Con unos brazos blancos, mortecinos y ceruleos, como de enfermo tísico. El pelo encrespado en un manojo de estropajo, con una raya baja a un lado de la cabeza, como el zurco de un semblado seco y arido. Una barba medio canosa, de pelo pincho, como el cuerpo de un puercoespin. Una cabeza de rasgos rotos y desdibujados. Un rostro difícil, de nariz gruesa, boca pequeña y fatigada y unas orejas grandes pegadas a la cabeza. Hombre de cabeza y mollera cerrada. De boca hundida o como de falta de dentadura. Ojos cargados de miradas, densos y profundos, de engaños y mentiras. Un cuerpo sin percha, tedioso y envejecido, con un tic nervioso como en un deje sacando la punta de la lengua, no sé si de burla o de memez sujeta y boba.

Una mujer hondeaba una banderita rojiguarda gritando:
- ¡PRESIDENTE, PRESIDENTE!
Y les decia a sus amigas:
.- ¡Qué guapo és! ¿Y habéis visto al ministro Mariano, qué porte tiene? Ese hombre llegará lejos...

Pero Mariano no se fue muy lejos, se quedó en Madrid, para desgracia de los españoles burlados y asfixiados. En la Madrid de los ministerios de funcionarios en luto. La Madrid de la exasperación en las calles, una Madrid vallada, rodeada, tomada por el gobierno cual Alcázar de toledo, una Madrid en estado de sitio. Madrid, obsesión enfermiza y maniática de la acaudillada Esperanza Aguirre.

Y Mariano correspondía a los saludos, vivas y vitores con una voz en flauta de caña rota. Mariano Rajoy es como un borrador inacabado del expresidente Aznar. Como si el cargo de jefe de gobierno le hubiese frustado y llevado su espíritu. Tiene como algo extraño en su expresión callada y burlesca. Una fealdad de mirada barroca, estática y esperpéntica.

Y mientras a Aznar le daban besos las mujeres, Mariano en su tic nervioso de saludo burlón sacaba la punta de la lengua. Mariano Rajoy me recuerda a las cabezas de muñecos de feria, a los que hay que darles con una pelotita para llevarse como premio la muñeca chochona con cara de diputada Andrea Fabra, la de 'QUE SE JODAN', hija del expresidente de la Diputación de Castellón, imputado por cohecho o chorizo, que no sé si es lo mismo, vete tu a saber.

Mariano tiene cara de cómico de teatrillo ambulante, de estudiante de aquellas universidades franquistas donde se criaba la burguesía torpe, mediocre y sin imaginación. Tiene un discurso zafío, vacío y aburrido, como alguien que cuenta pocas cosas y las cuenta mal porque sabe que está mintiendo. Mariano tiene un discurso de apelotonadas palabras que suena como los chismes y chafardeos que cuenta una chacha. Discurso o soplapollez.

Mariano Rajoy, un cuerpo, un rostro de aire triste de eterno registrador de la propiedad de provincias muertas, como el patetismo que tiene el político español, que se asemeja más al director de uno de aquellos viejos hospicios infantiles carcelarios del régimen.

¿Debe un presidente que no ha cumplido con sus promesas electorales preguntarle al pueblo si desean que siga gobernando?

La tarde que me encontré a Mariano Rajoy un escalofrio recorrió mi cuerpo, y tuve prisas y ansias rotas por llegar a mi ciudad.

PEPE GARCÍA és membre de CCOO



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