Ese coche que te recibe en el Castillo de Figueres con esa gorda esplendida encima del motor de donde sale música, luego subes la vista y ves un bote sin agua en el cielo, pero todo es un escenario donde unas figuras de mujeres doradas, algunas, otras mujeres de cadenas de hierro están como en un escenario mirando el patio que tiene un inmenso cristal que deja ver una gala inmensa casi desnuda.
Cuando pasas a la habitación de Mae West ya sabes, porque a ti te pasó, que esos labios estarán para siempre en un sofá, y cada labio que beses te parecerán un sofá de Dalí en ese antiguo teatro que él convirtió en un Museo, su Museo.
De Figueres, al alma de Dalí nos lanzó no a casa, sino al Castillo de Púbol, de Elena Dimitrievna Diakonova, Gala; donde su encanto no solo consiste solo en su castillo, ese que Dalí le regaló en 1969, sino en el pueblo mismo medieval, que es pequeño, de piedra, lleno de masías y casas con un encanto muy especial. Al entrar al Castillo de Gala, más pequeño, sientes que es todo ella, desde el Caballo blanco de la entrada hasta los coches y los discos en ruso de su tocadiscos. Sin olvidar la cocina, el baño y esas lámparas prodigiosas que hizo Salvador.
El jardín, en el que he jugado con mi niña muchas veces, es una pieza esencial del castillo, que no tiene el de Figueres. Con estanque de agua y unos elefantes que vuelan por la copa de los árboles con patas de aves. Casi duele entrar a la cripta y ver a Gala sola enterrada allí. Es uno de septiembre y al regresar a Sant Cugat la lluvia intensa sigue anunciando un otoño que aún está en ciernes. Antes de caer del todo la noche alcanzo a ver la torre del Monasterio, e imagino el Claustro mojado.
Un relat escrit per Arsenio Rodríguez Quintana.
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