Y el dato negativo de Cataluña, unido a otros que también se van conociendo, muy en particular al abandono de empresas que se trasladan a otros lugares, o las decisiones de empresarios que escogen para sus nuevas instalaciones otras Comunidades, pone de relieve cómo la dedicación a proyectos inciertos y a aventuras de ensoñación que, por cierto, sólo tienen en cuenta a una parte de la población que quiere imponer como sea sus puntos de vista al resto, acarrean consecuencias nada positivas, también en el orden económico.
Que el Gobierno de la Generalitat dedica la inmensa mayoría de sus esfuerzos y recursos a la causa soberanista, y olvida sus obligaciones inmediatas con el conjunto de Cataluña, es una hecho cada vez más patente. Basta con considerar, por ejemplo, que el Parlament ha promulgado en este mandato una sola Ley de orden menor, frente a las más de 125 Leyes promulgadas por el Congreso de los Diputados.
¿Es este un argumento del miedo? Evitar el miedo a base de ignorar los peligros y los riesgos no es valentía, es insensatez. Valiente es aquel que aun sintiendo el miedo a los peligros que le amenazan, lo vence y enfrenta los problemas para resolverlos y superar la situación. El Gobierno de Artur Mas, frente a la gravísima crisis con la que se enfrentó tras sus primeras elecciones exitosas, decidió en un momento dado huir, tirar la toalla y lanzarse en pos de una quimera, arrastrándonos a todos consigo. Ha conseguido ciertamente que en Cataluña apenas se hable de su desgobierno, de su incapacidad para resolver la situación, de los recortes, de los incumplimientos, de los despropósitos en el destino de los fondos de que dispone, que dedica y despilfarra en servir a los fines de unos cuantos olvidando el interés de todos. Pero esto tampoco impide que vaya perdiendo votos en cantidades que en cualquier otro país occidental habrían causado que lo obligaran a dimitir sus propios partidarios. Puede seguir echándole la culpa de todo al Estado y al resto de España, pero la realidad, por mucho que se la quiera ignorar, es la que es y termina imponiéndose.
La buena política y el buen gobierno exigen tener los pies muy pegados al suelo, mirar la realidad en la que se está y actuar para mejorar lo que requiere mejoras, con coraje, con pericia y con auténtico valor. Gobernar persiguiendo un sueño, y lanzando a una parte de la población hacía metas ilusorias, aunque se concreten en eslóganes y mensajes simplistas muy difíciles combatir por su propia naturaleza, es una conducta propia de insensatos.
JORDI CARRERAS és portaveu del PP
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