La corrupción ha sido un sistema, una forma de funcionamiento de un partido que se llegó a confundir con la institución. Convergencia Democràtica de Catalunya, y posteriormente su coalición CiU, se convirtieron en la Generalitat, y de hecho el Cas Palau describe cómo se anotaban pagos que iban a CDC como pagos a la Generalitat. Y en Sant Cugat pasó lo mismo. La ciudad la hemos hecho nosotros, dicen los de Junts per Sant Cugat, como si los ciudadanos, las entidades, los comerciantes, los profesionales, los Clubs de la ciudad, los jóvenes y niños, nuestros ancianos, fueran artistas invitados. Como si los políticos de la oposición hubieran sido marionetas que no tuvieron influencia alguna.
Lo perverso es que los corruptos jaleen consignas de conspiraciones hacia ellos. Los delincuentes se presentan como víctimas: durante la comisión del Parlament sobre el Cas Palau se hablaba de supuestas conspiraciones contra el sobiranisme, de CiU i de CDC en particular, se dijo que la comisión había sido un 'tribunal político' y que los grupos del tripartito, por su 'desesperación' en el tramo final de la legislatura, han usado 'teorías delirantes' y han montado 'un festín' contra CiU para tratar de 'destruirla', o en nuestra ciudad de Sant Cugat, donde se señala que los que denunciamos la corrupción jugamos sucio, queremos ensuciar la acción de gobierno de un partido, se banaliza hablando de la bonita ciudad donde todo el mundo està tan contento de vivir, como si fuera excusa para justificar la corrupción.
Y esto es perverso, porque la banalización de los responsables y la falta de asunción de responsabilidades y, sobre todo, de explicaciones, va paralela a la desafección ciudadana, al descrédito, a la pérdida de (si hay todavía) confianza.
Los ciudadanos acaban identificando a toda 'la clase' política, a todos los políticos, con la corrupción. Precisamente porque fue un sistema, un método, una forma de funcionar que se extendió como una infección por los grandes partidos políticos que han gobernado las principales Instituciones del país y del Estado.
Se considera a los políticos como una clase privilegiada, corrupta, que está para enriquecerse, para cobrar su paguita. La función pública en su esencia desaparece. Los buenos profesionales se alejan y tampoco desean dedicar un tiempo de su carrera a la cosa pública.
Y lo que es peor, en una democràcia representativa, si los ciudadanos no se sienten representados por los políticos. Entonces ¿a quién representamos?, ¿para quién hacemos política? ¿la gran responsabilidad que sentimos y tenemos, las decisiones que adoptamos, en nombre de quien?
LOURDES LLORENTE és regidora de la CUP-PC i tinenta d'alcaldia de Bon Govern i Transparència
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