Si, tras una votación, tienes la suerte, por así decirlo, de salir elegido, obviamente te debes al programa con el que te presentaste, a tu formación, a las promesas realizadas, a los códigos éticos suscritos, a tus compañeros y a las personas que votaron la lista en la que aparecías, porque recordemos que no votamos a aquellos que queremos, por el orden que deseamos, sino a una lista entera por el orden en el que se nos presenta y que defiende un programa concreto. Defectos de fabricación no, es el modelo que está algo anticuado pero no nos atrevemos a probar con otros, no sea que funcionen.
Como cargo electo, puede ocurrir que en un momento determinado de tu mandato entres en conflicto con los compañeros (electos o no electos), ya sea por ideología personal, ya sea por dinámicas de trabajo, ya sea por compromisos que has asumido personalmente (que no políticamente) o por cualquier otra razón. Si en ese momento tus compañeros te piden que dejes el cargo y dejes paso a otra persona con la que puedan trabajar mejor, por ética, y por amor propio-propio, del tuyo y del colectivo, lo que has de hacer es marcharte, y si las ganas y las oportunidades te lo permiten, continuar trabajando desde otro lugar, con otras labores, como tantos y tantos otros.
Pero 'babys' que hasta aquí habéis leído, el dinero, el ego, el personalismo y la vanidad -no necesariamente por ese orden- hacen que eso que a mí me parece tan obvio no lo sea para todos, por lo que algunos, aunque elegidos en una lista, bajo una formación o partido, cuando dejan de pertenecer a dicha formación (por voluntad propia o ajena) se quedan en la poltrona, y con todos los derechos -y no siempre cumpliendo con las obligaciones- que la poltrona conlleva.
Y ahí tenemos el lío. La traición. El navajazo. Y enseguida las excusas. Que lo mejor de todo siempre aparece en forma de excusa, que como yo les digo a mis hijos, son como los culos, todos tiene uno. El traidor, además que se encuentra habitualmente sólo ante el peligro, frecuentemente aparece como el 'débil' y se disfraza enseguida con el traje de víctima propiciatoria y ya sabemos lo que nos gusta en este país empatizar con quien parece el débil, sobre todo si no te lo has de llevar a trabajar contigo. Con lo que además, el víctima traidor suele aprovecharse de la ventaja para granjearse unas cuantas simpatías, de esas desconocedoras de la realidad de lo ocurrido, qué pa qué vamos a ir aireando los trapos sucios, que se han de lavar en casa y taparnos las vergüenzas. En este caso la vergüenza ajena, la verdad.
Pero es que el transfuguismo no es solo una implosión asquerosa que rompe las alianza, las complicidades, las esperanzas y los anhelos surgidos, el trabajo del equipo, el esfuerzo de numerosas personas que te han precedido, sino que afecta, y esto es lo más grave, al mandato de los ciudadanos surgido de las urnas. A ustedes caballeros y señoras, a vosotros bacalaos, que votasteis lo que votasteis pero alguien decidió cambiar los resultados, porque 'yo lo valgo', 'porque me debo a los que me han votado a mí', dice el víctima, que se ve que lleva esa contabilidad de fábula -literalmente hablando- , aunque no llevara otras, más prosaicas.
Pues bien, de repente y por la decisión del apoltronado victimista y traicionero la correlación de fuerzas cambia, las lealtades desaparecen a la misma velocidad que empiezan los matemáticos de la política a sumar y restar, multiplicar, y sobre todo dividir, escaños y votos y a hacer integrales con estrategias de índole inescrutable para mí, confieso. Mientras los demás se lamen las heridas, los lobos acechan perfectamente a la presa para hacerla bailar con ellos.
Teóricamente a ningún partido le gusta un tránsfuga, pero claro cuando necesitas de su voto, la poca 'legitimidad' de su actuación (pues no representa a nadie más que a sí mismo) queda diluida en la 'legalidad' de lo que hace y de repentes oyes en un pleno, sin saber de dónde y a qué viene, la voz del moderador que te recuerda que el voto del tránsfuga vale lo mismo que los de los demás. Como si no lo supiéramos, señoría.
Pero también sabemos, especialmente en estas latitudes donde nos lo han recordado a porrazos, que legalidad y legitimidad son cosas que no siempre van de la mano y que hemos dicho ya que la segunda vale más que la primera. Que el tránsfuga puede quedarse porque la ley lo permite, pero que un poquito de ética, de la básica, de la de esto está bien y esto está mal, debería impedir que decisiones fundamentales para la ciudad se diriman aprovechando exclusivamente el voto del traidor, pues admitir lo contrario implica aprovecharse de la falta de legalidad, del navajazo trapero, del transfuguismo.
Que sí, que las sumas salen, pero ¡a qué coste!. Que cuando lo que adquirimos vale más de lo que pagamos, siempre hay otros que están poniendo la diferencia. Y aquí la ponen la democracia y la ética, que cada día están más pobres.
LOURDES LLORENTE és regidora de la CUP-PC
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