Porque detrás de esa acción no hay cabeza, solo vísceras. No hay reglas, ni normas, solo vandalismo. Un brazo que sacó ese mensaje simboliza todo lo que se hizo en el Parlament en la noche del 6 al 7 de septiembre. Con nocturnidad y alevosía. Pero si la cámara es un lugar de política, de ley, el colegio es un lugar 'civilmente sagrado'.
Se habló una década de la mancha del Prestige. Ojalá se hable la mitad de la suciedad de los centros de enseñanza en Cataluña, de todas esas manchas en forma de pintadas, pancartas, de los mensajes en las puertas de despachos de profesores de universidad. De todo aquello que convierte los templos del saber, lo sagrado en sectario. Lo de todos, en el juego de unos. El futuro, en el interés de unos pocos.
Porque de eso va la cuestión. No le demos más vueltas. Cuando esa pancarta del Santa Isabel aguantó durante demasiadas horas en esa pared al viento es porque alguien pensaba que le iban a apoyar. Que estaba bien. Que se puede meter ese mensaje en un quirófano, en una iglesia, en un concierto, en una guardería. Porque no hay más que un fin y el fin justifica los medios.
Pero hay una sociedad detrás de nuestros niños y niñas y cuando se llega a tal degradación es cuando ésta despierta. Hay una cosa buena de aquella mañana, toda España creyó a los que durante años anunciaron que el adoctrinamiento en las aulas catalanas era verdad, estaba ocurriendo y era peligroso. Al fin en el momento adecuado, en el lugar adecuado un ser sin cerebro, capaz de teñir de política un centro de enseñanza demostró que se creen impunes y con su acción, despertó conciencias.
Por primera vez en años, todos los que afirmamos que esto es abyecto, comenzamos a sentir cerca, que muchos más, nos acompañan.
Munia Fernández-Jordán és regidora de Cs
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