El progreso de las comunicaciones coloca a la humanidad en otra dimensión
Frederic Van Der HoevenFrederic Van Der Hoeven
Publicat: el 1/jul/15
Opinió|
Columnes
Hace más de 50 años (principios de los sesenta) al volante de nuestro 2CV. Citroën nos trasladábamos un par de veces al año por las carreteras desde Bruselas hasta Barcelona - en la lejana España- donde trabajaba mi madre. El recorrido requería tres días de ruta hasta que, victoriosos, lo lográbamos realizar en dos días llegando a la una de la madrugada. Ahora, se requieren aproximadamente doce horas porque hay unas discutibles regulaciones de lentitud obligatoria de 120 km/hora.
Con los trenes de alta velocidad, sin embargo puedes trabajar en la metrópoli y tener tu residencia en un lugar mucho más acogedor a 300 km, es decir, una hora de distancia. Ejemplo, Shanghái - Hangzhou.
Antes, comunicarse por escrito requería mandar una carta por correo (el télex era prácticamente inexistente), recibir respuesta al cabo de cinco días y volver a contestar tras tomarse un tiempo de reflexión. Ahora por e-mail o WhatsApp tienes una respuesta de tu interlocutor casi al segundo, y si el tema lo requiere, se monta una tele-conferencia multi-continental en media hora.
Todas estas nuevas capacidades de comunicación han reducido las distancias físicas de nuestro globo terráqueo a un elemento apenas engorroso.
El problema reside en la capacidad limitada de la mente humana a adaptarse a esta nueva dimensión. El hombre sigue teniendo unos reflejos tribales y en lugar de percibir la grandeza de su individualidad tiene miedo a alzar la vista ante este nuevo horizonte tan vasto. Es por ello que busca la protección dentro de un grupo que le ofrezca cobijo y allí buscará las afinidades que le justifiquen su posicionamiento.
La situación que afrontamos en Cataluña y a otra escala en Europa, es muy significativa. En lugar de ser conscientes de las nuevas oportunidades que se nos ofrecen de compartir un nuevo y exaltante porvenir, aparecen una serie de personajes políticos de bajo perfil que alientan nuestros instintos tribales y nos inculcan unos objetivos calificados de 'nacionales' que son absurdos y anacrónicos. El hombre, como tal, siente en su fuero interno el complejo y la frustración de no verse capaz de acometer tareas menos anodinas. Por ello, cuando alguien le ofrece en bandeja las justificaciones necesarias para culpar a 'los otros' de no alcanzar sus anhelos, se deja absorber por dicha corriente y se lanza falsamente ilusionado a la 'batalla'.
Es increíble que el impulso de la Ilustración se haya mustiado a ese nivel. Nuestro verdadero objetivo debe ser recuperar y actualizar esos ideales a nivel de Occidente para poder transmitirlos con generosidad al resto del mundo y ayudar a que ni las religiones ni las diferencias pigmentarias (y aún menos las lenguas) sean excusas exclusivistas.
FREDERIC VAN DER HOEVEN es afiliado de C's Sant Cugat